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hace 5 años,el
En unas semanas, Andrés Manuel López Obrador cumplirá un año como Presidente de la República. Hasta la fecha, como un ejercicio de rendición de cuentas, ha dado más de 240 conferencias mañaneras con una duración aproximada de 94 minutos cada una (según datos de Spin).
La tradición de dar estas conferencias comenzó cuando era jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Su presentación diaria le permitía tener una mayor proyección mediática a nivel nacional pero sobre todo a fijar agenda desde las primeras horas del día. Ante eso, no sorprendió que quiera repetir el ejercicio cuando asumió el poder ejecutivo del país.
Diariamente todos los medios de comunicación a partir de las siete de la mañana se encuentran pendientes de las declaraciones del presidente y de su gabinete. A grandes rasgos podríamos considerar el ejercicio de una conferencia matutina como un ejemplo de gobierno abierto que fortalece la transparencia y la democracia del país. ¿Cómo no estar de acuerdo que periodistas tengan un diálogo permanente con la Presidencia de la República? ¿Cómo oponerse a que la máxima autoridad rinda cuentas diariamente frente a representantes de la ciudadanía?
La rendición de cuentas es un pilar fundamental en el estado moderno. Nadie en su sano juicio debería estar en contra de ello. Sin embargo, al igual que lo ha hecho Morena en los congresos federales y locales, el presidente López Obrador ha encontrado la fórmula mágica de la simulación.
Sistemáticamente, el presidente ha utilizado el espacio mañanero para privilegiar preguntas a modo y para castigar a los periodistas que realizan preguntas “incómodas”. Sus informes dejan de lado los temas vitales que atañen al país como el aumento en la violencia o la debacle económica que se nos presenta, y centran en dar discursos demagogos que polarizan a la sociedad de manera absurda. Como fue el caso del informe de las granjas de bots presentado hace unas semanas.
Lamentablemente, los medios nacionales han caído en la trampa de darle eco a las barrabasadas que diariamente articula López Obrador, incluso cuando se ha comprobado que la mayor parte de su discurso no tiene sustento alguno. Así pues, desde temprano tenemos la perversión de un instrumento que más que fortalecer al régimen democrático en el que vivimos lo destruye; legitimando por palabras del mesías cualquier hecho sin fundamentos.
Ante esto, vale la pena preguntarnos ¿son necesarias las mañeras?
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